jueves, octubre 18, 2007

De ForTines BucaNeros y NarCos


Cuando se habla de Cartagena de Indias es habitual referirse a ella como la ciudad heroica, de sólidos fortines y leyendas de crudas y valientes batallas contra piratas invasores y huestes saqueadoras. Es tan recurrente situarse en el pasado melancólico y mágico del ayer que se hace más fácil deslucir el presente detrás y afuera de sus murallas. Un presente saturado de esquivos caminos alejados de la ley y el orden.

Es en este presente donde la piratería se aleja de todo su épico recuerdo de héroes y bucaneros y se convierte en la práctica de delincuentes, estafadores y necesitados hastiados de un panorama de incertidumbre y escasez laboral.

Hallarlos no es difícil; sólo basta dar vistazo a lo largo y ancho de la calle de la Moneda en el centro, en los paisajes pintorescos y multiformes de Bazurto o en los comercios lúgubres de Puerto duro.

Es así que lo ilícito, aquello de lo que Moisés Naím narra en su grueso libro de portada ostentosa, toma vida y forma en cualquier escenario donde la pobreza ha aceptado el seductor llamado de la vía fácil, o donde la avaricia de las clases altas llenan sus arcas a manos llenas. Sea en las toscas tablas de un puesto ambulante o en una oficina de un funcionario público lo ilícito late con igual fuerza e ímpetu.

De allí que para el autor, el que el singular accionar del contrabando, los traficantes y la piratería en el siglo XX haya evolucionado de un arte de parias y ratoneros a mafiosos y traquetos finos, se convierte en el mejor espejo de una sociedad de fluctuante moral y donde los aparatos de control del estado son lujos de catedral.

Naím hace un invaluable análisis de esta realidad; en medio de sus frases es fácil remontarse al país de los narcos y la leyenda de Pablo Escobar, el Pablo que escarcho a toda una región de blanca nieva de coca y panelas de aluminio.

De igual forma como la silente piratería de lado a lado en algunas calles de la Cartagena actual desdibujan un pasado de heroísmos; a 12 horas de la costa, en la templada Medellín, el fantasma de Escobar circula y escenifica la época dorada del tráfico de narcos, de los movimientos migratorios de los nuevos ricos de la zona de tolerancia en el barrio Santísima Trinidad a la impoluta y exclusiva área del Poblado, de las pintas lobas y los partidos de fútbol prefabricados. En fin, de un mundo de marañas y vericuetos que silenció las cantaletas de las madres cuando los hijos se portan mal y las cambio por los lujosos portones en las casas y costosos automóviles de la Ford.

“Los veteranos de los negocios torcidos, se asombraban de ver como Pablo, con sentido de la oportunidad y aguda inteligencia, se le media a todo lo que fuera” relata Alonso Salazar J. en su Parábola de Pablo. Aquella obra que dio a conocer en su primer cápitulo los primeros años de su vida y sus pasos iniciales en el negocio del narcotráfico.

Y para ilustrar el ambiente del capo añade “Y lo torcido- como llamaban a lo ilícito- encontraba ambiente en Medellín, que según los astrólogos, igual que Chicago, está en un campo de alta concentración de energía, donde la vida y la muerte se trenzan en un baile que se desata fácilmente en destrucción”

Los de Envigado se conocen muy bien la historia de la dualidad del redentor y el delincuente que encarnaba Pablo, por lo que en más de una vez, las calles y plazas de este municipio se tornaron en laberintos para la policía en sus operativos de captura. Hágalo por la seguridad de Colombia decía el cartel de denuncia a la policía-Y es que ¿Por qué entregar al que me dio la casita, el que me dio para el carrito y me consiguió marido a mi hija?, contó una vez una habitante.

De los tiempos de Escobar a nuestros días el negocio ha cambiado. Las historias de los ñeros y aguerridos colombianos y sus cargamentos destino USA parecen cosa de película estereotípica de Hollywood. Ahora visten de saco y corbatas, de ilustres guayaberas y liqui liqui, dejaron atrás las gruesas cadenas de oro y el juego de anillos para cada dedo, el séquito de prostitutas y la orquesta de sicarios.

Tal como lo señala Naím los límites de lo legal son más delgados de lo que se cree. El submundo del tráfico y el contrabando, y las zonas donde se aplica o como él las denomina las Zonas negras, hacen parte del legado de las prácticas que hicieron celebres a los Escobar, al Rodríguez Gacha y a los Orejuela. Hoy con un mundo donde las fronteras parecen invención del diablo, por lo que hay que acabarlas, el desafío es aún más grande pues las mismas garantías que otorga el libre mercado transnacional, también las ocupa el medio ilícito.

Rastrear los orígenes de las prácticas del contrabando sería rastrear los pasos de un ejercicio tan popular que incluso los cantos de Escalona hacen referencia a la travesura de esquivar y sobornar a las autoridades, de ser maestros del disfraz camuflando electrodomésticos entre plátanos y surcar mangles por el Magdalena, el Urabá y la Guajira.

No obstante de lo romántico de los cortejos a la Maye ya no queda nada, sino el viso de una actividad con serios efectos en la economía y el tejido social del país. Estragos que confunden lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno.

Juzgar al del puesto ambulante que vende DVDs. de películas y música que aún no se han estrenado, o al vendedor de la misteriosa fábrica de bolsos Lotto,s, o jeanes Chevinok es fácil. Sin embargo sería más constructivo juzgar a quien se hace de la vista gorda y desconoce la realidad detrás de tales ventas, de las tragedias de los piratas del Caribe o las aventuras de los “Putas de Aguadas”.